Autor: Psic: Alicia Facio, AnaTrossero, Adelia Caneo y Graciela Litvin Panetta
PARA QUÉ SIRVEN LAS EMOCIONES
Los organismos primitivos como los insectos dependen de un conjunto innato de respuestas para desenvolverse en su entorno de manera tal que ante un hecho determinado se “dispara” en ellos una determinada respuesta. En cambio, organismos con el grado de complejidad que caracteriza a los seres humanos son capaces de utilizar un dispositivo poderoso de pensamiento simbólico para decidir qué hacer.
Las respuestas reflejas son inflexibles y las razonadas son costosas en tiempo y recursos. Afortunadamente, el organismo humano cuenta, además de los reflejos y del razonamiento, con las sensaciones corporales -el dolor, por ejemplo- y con las emociones -temor, afecto, rabia- como otro recurso para guiar la conducta.
Philip Johnson Laird, psicólogo investigador de la Universidad de Cambridge, Gran Bretaña, uno de los científicos cognitivos más importantes del mundo, plantea que las emociones surgieron a lo largo de millones de años de la evolución de los mamíferos sociales para regular las relaciones entre los miembros de la especie. Por ejemplo, la percepción de un depredador provoca la emoción del miedo en un chimpancés y la expresión de ese miedo a través de gritos, gestos, movimientos de huida, etc., le comunica al resto del grupo la necesidad de protegerse de la amenaza.
LAS EMOCIONES BÁSICAS
Hay emociones que están presentes en todos los tiempos y culturas, que surgen tempranamente en la infancia y cuya expresión gestual es muy semejante en todos los hombres y mujeres. Por estos motivos, se las llama “básicas”. Hay cierto consenso entre los investigadores respecto a cuáles son. Alegría, tristeza, rabia, miedo, asco o repugnancia y para algunos autores también la sorpresa, constituyen el capital emocional básico, genéticamente condicionado, de la humanidad.
La alegría es la emoción relacionada con el logro de la cercanía con y del afecto de las personas que se aman. Surge por primera vez en la relación entre el bebé y sus cuidadores, habitualmente madre y/o padre.
La tristeza es el resultado de la separación de un individuo por quien se siente afecto. Surge por primera vez en la segunda mitad del primer año de vida cuando el cuidador se separa, así sea por un rato, del bebé.
La rabia, precursora de la conducta agresiva, es la emoción dirigida hacia los miembros de la especie percibidos como rivales sexuales, competidores por el territorio, depredadores y presas.
El miedo es la emoción precursora de la conducta de sumisión a los rivales dominantes, de la huida de los depredadores y de las respuestas de quedarse “helado” ante situaciones no familiares.
La repugnancia o asco es la emoción precursora de las conductas de rechazo y del sentimiento de odio. Aunque su origen radica en el sensación corporal de náusea ante la mala comida o las sustancias tóxicas, también se ha comprobado que surge ante causas psicológicas tales como la percepción del cuerpo mutilado, sangrante, de un miembro de la especie.
Estas emociones básicas se caracterizan, también, por tener distintas pautas de actividad fisiológica tales como ritmo cardíaco, temperatura de la piel, sudoración, tono muscular, etc.
Johnson-Laird llama la atención sobre las funciones básicas de la sociabilidad de los mamíferos que están “resguardadas” por estas emociones: la creación y ruptura de los vínculos entre cuidadores y crías, la aceptación o rechazo de vínculos sexuales y las relaciones con rivales, presas y depredadores.
Las emociones humanas han trascendido sus orígenes biológicos. Si bien surgen de nuestra condición de mamíferos sociales, nuestra capacidad para el pensamiento simbólico las complejiza y las hace depender, en gran medida, de la experiencia personal, cultural e histórica.
LEONES Y PAPELONES
Se entiende por miedo un conjunto de reacciones que tienden a ocurrir simultánea o secuencialmente que incluye expresiones visibles en la conducta, sentimientos desagradables y cambios fisiológicos que se ponen en marcha normalmente ante peligros reales.
En el miedo, la conducta visible es sobresaltarse, gritar y huir de la fuente del peligro o petrificarse y enmudecer o desmayarse; estas dos reacciones se siguen a veces la una a la otra, como cuando una persona se paraliza primero por el miedo y luego grita y huye del peligro tratando de encontrar un sitio seguro.
Las reacciones fisiológicas que acompañan al miedo son: el corazón late rápidamente, los músculos se tensan, hay temblores, sequedad de la boca y la garganta, náuseas, urgencia de orinar y defecar, dificultad en respirar, entumecimiento en manos y pies, debilidad o incluso parálisis de las extremidades inferiores, etc. Si el miedo se prolonga un largo período puede conducir a la fatiga, dificultad en dormir, pesadillas, inquietud, facilidad para sobresaltarse, pérdida del apetito.
La única especie en la que el miedo tiene un elemento subjetivo, experiencial, es la humana. Con nuestro poderoso dispositivo de pensamiento simbólico, del que carecen los animales, definimos las situaciones como benignas, neutras o peligrosas. Cuando evaluamos una situación como peligrosa y a nuestros recursos para defendernos de ella como insuficientes, el sentimiento subjetivo de miedo sigue a esta interpretación. Por supuesto que a veces en una emergencia nos defendemos rápidamente: evaluamos, actuamos y el sentimiento de miedo aparece después. Cuando estamos en riesgo de que un auto nos atropelle, saltamos y luego, sobre todo cuando pensamos en lo que nos hubiera podido pasar, nos morimos de miedo. La capacidad humana para el pensamiento simbólico permite que no sólo nos atemoricemos ante un león que se nos viene encima con cara de pocos amigos sino que también temblemos ante monstruos imaginarios o ante la fantasía de hacer un papelón.
PARA QUÉ SIRVE EL MIEDO
Todas las emociones básicas están al servicio de las vicisitudes de la vida social de los mamíferos. ¿Cuál es la función específica del miedo? ¿Por qué forma parte del capital evolutivo de la especie humana? Porque ayudó a la supervivencia al limitar las conductas demasiado expansivas y descuidadas que aumentaban los riesgos de ser herido o muerto. Porque sin el miedo, la conducta agresiva para el mantenimiento del territorio o la competencia con los rivales sexuales podría excederse con los riesgos consecuentes. Porque la cría humana sin miedo se alejaría de sus cuidadores que le proveen alimento y protección contra los depredadores. Porque alguien sin miedo no vigilaría suficientemente la conformidad con el grupo del cual depende para su supervivencia.
El miedo humano ha trascendido sus orígenes biológicos. Si bien surge de nuestra condición de mamíferos sociales, la capacidad para el pensamiento simbólico lo complejiza y lo hace depender, en gran medida, de la experiencia personal, cultural e histórica. Así, podemos sentirlo ante cualquier situación que definamos como peligrosa para algún aspecto muy significativo del concepto que tenemos de nosotros mismos. Ya no se trata solamente de amenazas a nuestro bienestar físico o a nuestra supervivencia sino también a nuestra autoestima, a las ideas abstractas que constituyen parte de nuestra identidad -como las políticas, religiosas, etc.-. El poderoso dispositivo biológico que tenía por fin protegernos de los depredadores y de otros peligros naturales se moviliza, ahora, ante la percepción de que fulanito nos quiere “serruchar el piso” o ante el pensamiento de que podríamos hacer mal papel cuando dirigimos la palabra a un auditorio.
TRASTORNOS DE ANSIEDAD
El miedo se seleccionó a lo largo de la evolución de nuestra especie porque fue y es de gran ayuda para la supervivencia. En cambio la ansiedad, emoción similar al miedo, se dispara ante fuentes que objetivamente no serían reconocidas como peligrosas por la mayoría de las personas. Cuando la ansiedad es producida por situaciones específicas – caminar por la calle solo, hablar en público, etc.- ante las que la persona toma precauciones que van mucho más allá de lo razonable – evitar salir sin compañía, negarse a exponer ante un auditorio aunque ello vaya en desmedro de sus logros profesionales- hablamos de fobias.
DISTINTOS CUADROS
En la última versión (1994) del “Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales”, el sistema de clasificación de los problemas psicopatológicos más aceptado en el mundo occidental, se mencionan las siguientes patologías del miedo en las que el tratamiento psicológico está indicado:
– Trastorno de ansiedad generalizada, caracterizado por la preocupación excesiva respecto a una amplia gama de sucesos o actividades que se prolonga durante más de seis meses.
– Ataques de pánico en los cuales aparentemente “de la nada” surge un miedo muy intenso acompañado por una serie de concomitantes fisiológicos tales como palpitaciones, sudoración, temblores, sensación de ahogo, etc. La persona cree que se está muriendo o volviendo loco.
– Agorafobia, que consiste en experimentar fuerte ansiedad al encontrarse en lugares de los cuales escapar puede resultar difícil o vergonzoso. La persona desarrolla una serie de evitaciones típicas tales como no estar solo dentro o fuera de su casa, no concurrir a espectáculos u otros lugares donde se agolpa la gente, no viajar en transporte público, etc. Generalmente, pero no siempre, la agorafobia es consecuencia de los ataques de pánico.
– Fobias sociales, caracterizadas por el miedo intenso y persistente ante situaciones sociales o actuaciones en público porque teme la posibilidad de hacer un papelón o ser criticado por los demás. Como en toda fobia, tiende a evitar este tipo de situaciones.
– Fobias específicas, que consisten en el miedo exageradamente intenso y persistente ante objetos o situaciones bien circunscriptas -los perros, las alturas, los ascensores, los aviones- a los cuales la persona evita por la ansiedad que siente cuando los afronta.
– Trastorno obsesivo-compulsivo, caracterizado por la presencia recurrente de obsesiones y compulsiones. Las obsesiones son pensamientos, impulsos o imágenes intrusos e inapropiados -agresivos, sexuales, religiosos, etc.- que le causan ansiedad significativa. Las compulsiones son actos observables o mentales -verificar, limpiar, contar, etc.- de carácter repetitivo que se siente obligado a realizar en un vano intento de mantener a raya sus obsesiones y que le consumen un tiempo significativo.
– Trastorno por estrés agudo, en el que el cuadro de ansiedad, síntomas disociativos, etc., surgen durante el primer mes siguiente a la exposición a un acontecimiento traumático de carácter extremo -desastres naturales, guerras, ser víctima de violación, terrorismo, intento de asesinato, etc.
– Trastorno por estrés post-traumático, que es el mismo cuadro anterior cuando los síntomas se continúan después del primer mes del acontecimiento que amenazó su vida o integridad física o la de los demás.
Los trastornos de ansiedad son muy frecuentes en la población pero un altísimo porcentaje de quienes los sufren no buscan la ayuda profesional. Ignoran que el progreso científico ha generado métodos de psicoterapia de eficacia y eficiencia científicamente comprobada para su curación. Entre el 70 y el 80% consiguen un alivio significativo en su malestar en 25-30 semanas de trabajo y se ha demostrado que la mejoría se mantiene en estudios de seguimiento realizados uno o dos años después de la terminación del tratamiento.
FOBIA SOCIAL:
“¿Y si me tiembla la voz?”
Andrés es un hombre de 45 años, casado, con hijos grandes. Siempre participó en política y está orgulloso del lugar de mediana importancia que ocupa en su partido. Ejerce la profesión de abogado con bastante éxito. Pero, desde hace unos meses, ha comenzado a sentir fuertes temores de hablar en público.
Dice Andrés, “Me desperté aterrado a las siete de la mañana. Tenía un nudo en el estómago. Sabía que a las nueve comenzaría la reunión en la que debía hablar. ¿Dónde estarían mis apuntes? Mejor que no desayunara porque podría vomitar delante de la audiencia. ¡Eso sí que sería un papelón! ¿Y si me temblara la voz? ¿y las manos? ¿y si tartamudeara?. ¡Cómo le van a dar bolilla a lo que diga si me ven así de débil y nervioso!. No puedo correr el riesgo de que me vean hecho un estúpido. ¿Con qué cara voy a mirarlos mañana?. Pensé que la situación me superaba y que iba a llamar a mi colega para decirle que no cuente conmigo en la reunión de hoy. ¡Y qué me pasó entonces! ¡Tenía la visión borrosa! ¡No iba a poder leer mis apuntes mientras hablaba!. Que Francisco hable en mi lugar… seguramente para la próxima vez estaré mejor”
Pero no hubo mejoría la próxima vez. El miedo siguió durante meses interfiriendo marcadamente su actividad política y laboral y produciéndole un malestar muy intenso. Andrés, que no entendía qué le pasaba, aceptó la sugerencia de su esposa y solicitó una consulta psicológica.
Andrés sufre un cuadro llamado “fobia social”. Miedo intenso, evitación, pensamientos negativos, focalización excesiva de la conciencia en sí mismo, activación del sistema nervioso autónomo -palpitaciones, sudoración, enrojecimiento, temblores, etc- son notas distintivas de cualquier trastorno de ansiedad. Pero lo que distingue a las personas con fobia social es el fuerte deseo de producir en los otros una impresión favorable particular junto con una marcada inseguridad acerca de poder lograrla. ¿Por qué a Andrés, un hombre no especialmente tímido, le han empezado a pasar estas cosas? Porque desde hace un tiempo aspira a ser candidato por su partido a un cargo electivo y, aunque todavía no se ha dado cuenta, este nuevo desafío ha incrementado su inseguridad respecto a ser aprobado por el gran público.
La fobia social no es sólo timidez. Aproximadamente el 40% de las personas se consideran timidas y el 80% manifiesta que lo ha sido en algún momento de su vida. Pero sólo el 2% de la población sufre el problema con una intensidad suficiente como para cumplir con la definición del Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales. Aunque en la población hay más mujeres que varones que lo sufren, las estadísticas del mundo anglosajón indican que los hombres solicitan tratamiento en mayor medida, tal vez porque el estilo de vida femenino permite muchas veces que los síntomas queden disimulados.
Hay dos variantes de fobia social. En la forma generalizada los temores se experimentan ante la mayoría de las situaciones sociales y es probable que la persona haya sido muy tímida desde la adolescencia e incluso desde la niñez. En la variante específica se temen sólo algunas: hablar en público en situaciones formales es la más común, seguida por hablar en situaciones informales, por reclamar un derecho y por realizar determinadas conductas -escribir, comer, firmar, etc., en público-. Estos miedos constituyen una jerarquía de modo tal que quienes temen ser observados por lo general también sienten miedo ante las otras tres situaciones.
QUÉ LES PASA POR LA CABEZA
Los fóbicos sociales, como todas las personas que sufren un trastorno de ansiedad, ven al mundo como un lugar peligroso donde deben vigilar constantemente la presencia de una amenaza potencial y a sí mismos como poco capaces para defenderse. Indicios neutrales o moderadamente positivos pueden ser interpretados negativamente mientras que los que indican seguridad pueden ser ignorados o minimizados. Así como los fóbicos a las víboras están demasiado pendientes de objetos largos y finos y de cualquier susurro que escuchen cuando caminan por el pasto alto, los fóbicos sociales, en cambio, vigilan en exceso cualquier indicio de desaprobación social. Al estrechar el campo de la atención, la importancia de pequeños tropiezos puede ser exagerada.
Así, cuando la persona va a rendir un examen tomará la cara seria de uno de los profesores como indicio de disgusto con lo que está exponiendo y la tibia sonrisa de aprobación del otro como “prueba” de que se está burlando de las “barbaridades” que dice. Cree que la sudoración y el temblor de sus manos serán percibidos por los examinadores, los cuales pensarán que no sabe o que no es lo suficientemente equilibrada y, por ende, poco valiosa. Nunca se recibirá y si lo hace, nunca podrá tener éxito en la profesión…Se olvidará casi totalmente que preparó muy bien la materia, que casi nunca la bocharon, que lleva rendidas más de la mitad de las asignaturas y que el temor despierta muchas veces empatía más que desprecio. Sufrirá como si fuera la primera vez…
Caracteriza a las personas con fobia social el fuerte deseo de producir en los otros una impresión favorable particular junto con una marcada inseguridad acerca de poder lograrla. Cuando entran en la situación temida, cambian el foco de su atención: se observan y controlan detalladamente a sí mismos. Aumenta así su conciencia de sus respuestas ansiosas y utilizando lo que se llama “razonamiento emocional” confunden sentirse humillado y descontrolado con ser humillado y estar observablemente fuera de control, confunden experimentar ansiedad con que los demás se den cuenta de lo que les pasa por la cabeza y por el cuerpo.
TRATAMIENTO
Como mucha gente es tímida y algo inhibida, el sufrimiento que produce la fobia social fue minimizado durante mucho tiempo. Pero para ese 2% de la población para el cual el aparentemente simple proceso de interactuar con los otros o de formar relaciones les produce terror y evitación, el efecto de esta fobia en su vida laboral y social puede ser desvastador Sin tratamiento, la fobia social puede persistir por años o décadas. Afortunadamente, existen desde algunos años tratamientos cuya eficacia y eficiencia ha sido científicamente establecida para aliviar este sufrimiento.
Hasta los años 70, los tratamientos utilizados eran solamente los psicodinámicos, que parten del supuesto que los síntomas se curan cuando la persona descubre los orígenes de su padecer y, en el campo de las terapias de la conducta, la relajación combinada con la exposición imaginaria a lo temido (desensibilización sistemática).
A partir de los 70, las investigaciones científicas sobre la efectividad de las psicoterapias comprobaron que la exposición repetida al estímulo o situación que produce miedo patológico hasta que éste disminuya o desaparezca porque la persona se habituó, es un ingrediente curativo fundamental en los trastornos de ansiedad. Se la llama terapia de exposición y sabemos hoy que la exposición imaginaria es mucho menos eficaz que afrontar realmente lo temido. Las exposiciones preparadas con el terapeuta en la sesión para que el paciente las instrumente en situaciones temidas de su vida cotidiana pasaron a constituir la parte más importante del tratamiento. Hasta hace poco más de quince años se comprobó que la combinación de la exposición in vivo con re-estructuración cognitiva -de los pensamientos que generan ansiedad- era el formato terapéutico más eficaz hasta la fecha.
EXPOSICIÓN IN VIVO
La exposición consiste en afrontar repetidamente el estímulo o situación que produce miedo patológico hasta que éste disminuya o desaparezca porque la persona se habituó a él. Es el tratamiento de elección para todas las fobias pero su aplicación a la fobia social es muy reciente. La exposición en vivo se practica primero en las sesiones con el terapeuta.
Para explicarlo con un ejemplo, nos referiremos a Lucrecia, una joven que al pedirle su terapeuta que redactara una jerarquía de sus miedos desde el peor hasta uno no tan fuerte produjo la siguiente lista. “Mi peor miedo es salir a cenar con un hombre que no conozca bien; el segundo, lo mismo pero yendo al cine; el tercero, hablarle a un profesor; el cuarto, tener una conversación informal con un hombre desconocido; el quinto, concurrir a una fiesta en la cual no conozca bien a los demás, el sexto, hacer una pregunta en clase; el séptimo, tener una conversación informal con una mujer desconocida; el octavo, contestar una pregunta en clase; el noveno, hablar por teléfono con una persona desconocida y el décimo, concurrir a una reunión familiar en la casa de un pariente”.
¿Cómo conseguir que Lucrecia se exponga a las situaciones que más teme? Ensayando dentro de la sesión con el terapeuta, con la colaboración de un asistente cuando es necesaria una persona de determinado sexo o edad.
Siempre se comienzan las exposiciones por miedos no tan intensos y se asciende paulatinamente por la jerarquía hasta que la persona se siente en condiciones de afrontar lo más temido. Por eso, la primera exposición que se le solicitó a Lucrecia fue representar una conversación con dos mujeres desconocidas, situación que estaba en el séptimo lugar de su jerarquía de miedos. Otros ejercicios de exposición imaginaria consistieron en hablar con una mujer compañera de clase, conversar con un estudiante varón, invitar un hombre a salir a cenar, etc. Los deberes que se le encargaban luego de las prácticas para realizar en su vida cotidiana fueron, gradualmente, iniciar pequeñas conversaciones consistentes en un saludo y dos o tres comentarios con compañeros de trabajo porque les temía menos que a los de la facultad, saludar simpáticamente todos los días a alguien con quien habitualmente no hablara, luego pequeñas charlas con alguna compañera y más adelante con un compañero de clase, comenzar a concurrir al coro de su facultad y hacer allí contactos interpersonales, invitar a un compañera de trabajo para una salida y, por último, invitar a un hombre.
EVITAR ES EL PROBLEMA
Típicamente los fóbicos utilizan la evitación como un método para manejarse respecto a sus miedos excesivos. Los que ellos y quienes los quieren deben tener muy claro es que la evitación, aunque brinda un alivio transitorio, mantiene y empeora el sufrimiento del fóbico. Cada vez que se evita algo, resulta más difícil hacerle frente la próxima vez y poco a poco el repertorio de situaciones evitadas se hace más extenso. La persona no llega nunca a descubrir que sus miedos son infundados, restringe su vida y pierde masivamente la confianza en sí mismo. Se vuelve una especie de lisiado emocional. Es por esto que la exposición a lo temido constituye una parte fundamental en la terapia de la fobia social.
Pero esto no es todo: el segundo componente del tratamiento es la reestructuración cognitiva para modificar los pensamientos a través de los cuales genera la ansiedad y para cambiar actitudes disfuncionales que lo llevan a percibir a los otros como críticos y burlones.
MODIFICAR LOS PENSAMIENTOS
“Pareceré un estúpido”. “No me van a salir las palabras”. “No les gusto”. “Lo estoy aburriendo”. “Todos me están mirando”. “No soy parte de este grupo”. “Esto me está saliendo mal”. “Me tiemblan las manos”. “Se van a dar cuenta que estoy sudando de miedo”. “Verán lo nervioso que estoy”. “No tengo nada interesante para decir”. Estos son sólo algunos de los pensamientos que se cruzan por la cabeza de un fóbico social cuando anticipa o está inmerso en una de las situaciones que teme -una fiesta, hablar en público, rendir un examen, iniciar una conversación con alguien atractivo del sexo opuesto, etc.-.
Si no es posible evitar las situaciones sociales con la misma eficacia con que lo hace un fóbico a las alturas o a los aviones ¿por qué exponerse no conduce, sin embargo, en todos los casos a un alivio del padecimiento? Es cierto que algunas personas después de hablar en público o de concurrir a fiestas importantes repetidas veces superan su tensión e incomodidad pero las que llegan a la consulta psicológica son aquéllas a quienes la reiteración de la experiencia no curó.
Para que la exposición sea exitosa deben modificarse las creencias negativas que el paciente tiene respecto a sí mismo en contacto con los demás. La duración y la repetición son dos requisitos fundamentales para que la exposición cure las fobias. La brevedad de muchas situaciones sociales y el hecho de que sean altamente específicas y variables complica lograr las dos condiciones antedichas por lo cual el fóbico muchas veces se expone sin lograr que la ansiedad disminuya o desaparezca.
Pero el principal inconveniente reside en que el fóbico social no incorpora la información que desmiente los pensamientos del tipo antes mencionado. Cuando se expone a ciertas situaciones, pone en práctica “conductas de seguridad” porque cree que así evita las catástrofes temidas. Por ejemplo, habla sin permitirse ninguna pausa creyendo que así disimula su ansiedad ante los ojos de los otros y cuando el ridículo que tanto teme no ocurre interpreta que se debe a que consiguió tapar lo tonto que realmente es a través de su maniobra. Pero la creencia básica de ser inferior, aburrido, feo, etc., queda sin cuestionar.
Otro mecanismo a través del cual no aprende de la experiencia es que no presta suficiente atención a las reacciones positivas de los otros respecto a él por estar tan pendiente de sí mismo, de la calidad de su desempeño, del malestar que siente. Como si esto fuera poco, una vez que termina el encuentro social temido se dedica a realizar la “autopsia” de su actuación, de la cual recuerda sólo lo que coincide con su idea de haber hecho “un papelon” sin registrar la información positiva que contradice sus supuestos básicos. Sigue pensando, por ejemplo, “a menos que parezca muy calmo y competente, la gente me rechazará”, “debo ser ingenioso y divertido o la gente no me aceptará”, “todo el mundo se fijará en mi si no actúo como corresponde”, “no puedo ser feliz si hay gente que no me quiere”, “si algo sale mal es mi culpa”, “ninguna de las mujeres que me gustan me dan bolilla”, etc., etc.
En la década del 70 Aaron Beck, profesor de la Universidad de Pennsylvania en Estados Unidos, creó una serie de técnicas cuya eficacia y eficiencia ha sido comprobada científicamente para que las personas aprendan a detectar y modificar los pensamientos que generan emociones tales como depresión, ansiedad y rabia y conductas tales como la evitación, las adicciones, la violencia, que resultan disfuncionales para el individuo. Dichas técnicas se utilizan también para modificar los pensamientos de quienes sufren fobia social.